Qué ocurre cuando perdemos, cuando el control cesa, cuando la zona de confort desaparece…, simplemente que aparecen los miedos con sus diferentes formas.
Las pérdidas sobre lo que nos apoyábamos: ruptura de pareja, muerte de ser querido, cese de trabajo, o cualquier pilar al que estábamos agarrados, nos abren una oportunidad maravillosa para crecer; para abrirnos a la incertidumbre y la intuición; para cambiar lo predecible, por lo impredecible; para poner creatividad en nuestra vida; para vivir con presencia. Porque toda pérdida lleva consigo una ganancia.
El problema es que ese cataclismo que sacude nuestro ego, la mayor parte de las veces, le hace responder como al niño que ha perdido el juguete que tanto ansiaba y que sin él ya no está dispuesto a seguir jugando.
No nos damos cuenta que la vida nos presenta un nuevo juego sin reglas, para que nos adentremos en él a experimentar nuestra propia naturaleza.
Pero seguimos con la pataleta y nos apoyamos ahora en un nuevo pilar: el del dolor por la pérdida, cosa que nuestra sociedad nos refrenda y así sigue alimentando nuestro personaje.
¿Qué tememos?: la soledad, el vacío, mirarnos…, todo aquello que únicamente nos conduce a encontrarnos.
En realidad a quien tememos es a nosotros mismos.