En la mirada de este viernes especial en que cumplo años y en el que, no por casualidad, he visto la película “Interstellar”, quizá sea una buena ocasión para hablar de ese tiempo tan relativo que no existe.
Con esa manía de control que tenemos, sentimos la necesidad de acotarlo todo, porque así nos sentimos más seguros.
De esa necesidad de control, sale la idea tiempo.
Reconozco, que siempre he tenido una facilidad increíble para prescindir de esa idea-tiempo. Ni que decir tiene, que cuando pinto o estoy en una tarea completamente entregada, ese reloj que marca horas, se desvanece en mi espacio y cuando quiero darme cuenta, las manecillas han girado tan rápidamente, que me paso en el tiempo que, se supone, tengo que dedicar a la actividad.
También desde pequeña me ha sucedido lo mismo con la hora en que debía acostarme, siempre me encontraba con facilidad en la madrugada, sin ningún esfuerzo, ella me acontecía. Rápidamente aprendí a aceptar mi ciclo vital y a verlo como una pasión por la vida.
Tengo claro que cuando no cuento, sencillamente vivo, me entrego a lo que me sucede, me dejo encontrar por la vida. No es pasividad, es pura apertura y para eso hay que confiar plenamente.
Si no me identifico con la idea tiempo, esos años que tienes que ir sumando se desvanecen y con ellos todas las ideas subyacentes que arrastran. Porque resulta que no te cuentan (contabilizan) solamente el tiempo, de horas y días; también te cuentan (narran) una historia que lleva implícita.
Al final te encuentras presa de algo que viene del exterior y que impide que tu existencia se desarrolle con naturalidad, desde la espontaneidad de vivir. La cárcel de las ideas te coarta la libertad.
No sé a quién tengo que agradecer no sentirme presa: si a la creatividad que me acompaña y que me impele continuamente a inventar, olvidándome de lo que sucede a mi alrededor; o a alguna razón que, de momento, no he desvelado.
Lo que sí sé es que es un buen momento, el día de mi cumpleaños, para emplearlo en dar las gracias, por poseer el don de no dejarme arrastrar por lo castradoramente establecido y permitir el disfrute del continuo descubrimiento que es la vida.