La calidad de vida está en proporción a la capacidad de deleite. La capacidad de deleite es el don de la atención.
Cualquier cosa que hagamos podemos disfrutarla, mientras no la juzguemos y nos centremos completamente en su realización. Al entregarnos a la acción y deleitarnos en su ejecución, pierde importancia lo que estamos haciendo, lo que adquiere relevancia es la plenitud del hacer. Eso exactamente es una acción plena.
Pondremos un ejemplo sencillo: el orden y la limpieza. Si dedicamos un día a limpiar y ordenar nuestra casa, sin antes boicotearnos pensando que es un rollo y no nos apetece nada, podremos experienciar el deleite.
Limpiar es un ejercicio muy útil que además de centrarnos, nos proporciona el mismo efecto limpiador en nuestro interior. Está especialmente recomendado cuando nuestros pensamientos nos conducen a vorágines de insatisfacción.
Así, una vez finalizada la labor y habiendo disfrutado durante su ejecución, podemos observar con satisfacción los resultados dentro y fuera.
Al final, todo es tan sencillo, que sólo depende de la perspectiva desde donde plantees tus acciones.
Venga chic@s, a limpiar!!! Nuestra casa lo agradecerá…