Al vivir desconectados y separados de cuanto nos rodea, creemos estar solos y de ahí proviene uno de los mayores miedos que nos atenazan: la soledad.
En realidad, aunque sea inconscientemente, nos acercamos a los demás para sentir que nos valoran, que nos quieren, reconocimiento. Una y otra vez aparece nuestro niño, que incansablemente pide cariño. Esto nos ocurre en todos los ámbitos: en las amistades, familia, pareja, trabajo, etc.
Es por ello que nos acercamos a personajes, que alimentan esas carencias y fortalecen aquello en donde nos sentimos deficitarios, en vez de compartir con personas que vibran en sintonías afines.
Sin embargo, al comprender que formamos una unidad, que va muchísimo más allá de donde termina nuestro contorno, sentimos que siempre estamos en compañía. Cuando sentimos la vida que somos, reconocemos toda la vida que tenemos alrededor.
No sé si sólo puede ser así, pero solamente en la soledad he escuchado mi interior y me he sentido profundamente acompañada y en paz. He comprendido que la soledad es una oportunidad que te ofrece la vida, para compartir contigo misma. Si no le pones nombre ni la juzgas y simplemente la vives en vez de sufrirla, te muestra en absoluto silencio la belleza de la libertad.
No hay mayor soledad que la que se siente en compañía.
