Una de las cosas más difíciles de averiguar, es la misión para la que hemos venido a esta vida: nuestro don. Encontrarlo, realizarlo y dedicarte a aquello para lo que estás mejor dotado.
Cuando hallas esa llave, todas las cerraduras se abren desencadenando un mecanismo retardado de apertura.
Al amar lo que haces, la idea de trabajo se desvanece y entras en el disfrute del quehacer, dedicándole toda la atención y obteniendo así resultados precisos y necesarios, que dan sentido a la vida.
Cuando se produce esa conexión con la parte que nos toca realizar, conocemos nuestro papel en el puzle cósmico, provocando un alineamiento con nuestro entorno. Así conseguimos salir del aspecto egocentrado y comprendemos que estamos contribuyendo al beneficio común.
Resulta muy gratificante la contribución al bienestar de los demás, puesto que potencia una de nuestras cualidades más poderosas: el amor.
En mi caminar, la vida poco a poco me ha ido demostrando, que lo que llamaba errores o fracasos, eran nuevas oportunidades para emprender caminos que me condujesen a lugares concretos.
Es importante no desesperanzarse cuando no conseguimos lo que queremos. Ser conscientes de que no hay que abandonar los proyectos que anhelamos, solamente buscar nuevas sendas para materializarlos.
Al final, todo se va poniendo en su sitio.
