“No es porque las cosas son difíciles que no nos atrevemos, es porque no nos atrevemos que las cosas son difíciles”. SÉNECA.
Me acaba de encontrar esta cita, que me ha parecido muy sugerente, para la mirada de este viernes.
¿En dónde radican las dificultades? La mayoría de veces nos agarramos a ellas para justificar el porqué no nos entregamos a la vida. Siempre buscamos una excusa externa a quien culpar de nuestros miedos.
Cuando vivimos la vida con naturalidad y resolvemos en base a la espontaneidad de lo que vamos encontrando, la dificultad es un término, que no tiene cabida.
La dificultad sólo existe en la mente de quien se anticipa a la acción que va a emprender. Sólo pre-ocupándote de lo que vas a emprender y juzgando sus pros y contras, puedes valorar lo que te va a resultar como: positivo, negativo, fácil, difícil, conveniente… y así innumerables términos, que están hablando, en realidad, de la inseguridad que sientes para resolver la vida a cada instante.
Lo más curioso de todo es que precisamente nuestra sociedad premia ese comportamiento y recrimina la espontaneidad. “Hay que valorar las cosas”, dicen. Cuando precisamente lo que más nos paraliza, es pensar nuestras acciones.
Cuando nos atrevemos a vivir es sencillamente porque confiamos en la vida con todas sus consecuencias, que al final son las necesarias para seguir creciendo.
Tengo que reconocer: que cuanto más me atrevo, más feliz me siento y que cuando me surge la inseguridad es porque abandono la confianza, aunque sea un instante. Cuando me abandono a la mente…
